sábado, 18 de julio de 2009

Drama en cuatro actos

Foto: Seretuaccidente
Muchas veces es preferible
la neurosis a la estupidez
Rubén Dario

I
A lo lejos escuchaba el incontenible y enfadoso ruido de una ambulancia. Poco a poco se fue acercando.
La multitud de personas congregadas en una esquina poco o quizá muy transitada impedía ver el suceso ya esperado.
El cuerpo sin vida de un desafortunado yacía boca arriba o abajo (no lo sé). Por un lado se arremolinaban las señoras matinales que todos los domingos se presentaban en misa sin fallar. Una de ellas un tanto conmovida expresaba el dolor o repugnancia que le provocaba aquél espectáculo.
- ¡Pobre! ¿Qué se podía esperar con esa vida que llevaba?. Otro eco más allá cobraba fuerza…era la banda, los cuates que veían reflejada en el pobre cartucho de cemento y marihuana ahí tirado, la pérdida de un amigo de parranda.
- ¡Pinche güey! ¿cómo se nos pudo ir? Musitaban.

II

No te acerques, ahí va ese mariguano, advertía una señora a su vecina.
No es posible que tan temprano se vaya a mariguanear. ¡Pobres padres! Soportar un hijo así, consignaba la santa señora.
La preparatoria es un lugar prudente para ir a ventilar las penas. Eso lo sabía, por eso él ocupaba ese sitio para despejar sus dudas y conciliar su vida.
Con un ¡hijos de su pinche madre! Se presentaba causando revuelo entre los pobres, conservadores e intolerantes habitantes que asustados trataban de evitarlo.
El mariguano tenía unas manos muy largas y conocedoras, ya que tocaban cada cosa que dios padre guarde.
Un par de nalgas bien paradas, unos senos impactantes eran el objeto manoseable que escogía de las féminas reprimidas.
- ¡Desgraciados! ¡malditos…! Se escuchaba; pero después de un agasajable rato, a la gente se le olvidaba tan delicioso manoseo que aquel ejecutaba en nombre de todos los caballeros.

III

Los sollozos no se dejaron esperar. Algunas lágrimas rodaban y el pernicioso olor que ahí se impregnaba provocó que un batallón de moscas se dispersaran sobre todos los mirones que se congregaban.
Los paramédicos hicieron lo propio: recogieron el cuerpo, lo subieron a la ambulancia y se retiraron del lugar. Algunas señoras de esas devotas corrieron a colocar unas veladoras en el lugar donde se encontraba el cuerpo.
“Padre nuestro que estás…” se escuchaba…los católicos más fieles contemplaban aquella plegaria en honor del acaecido.
De pronto el tumulto se fue dispersando, hasta que sólo quedó el caminar parsimonioso de un perro que deambulaba alrededor de aquella llama, buscando el rastro pestilente de sus camaradas que anteriormente habían dejado el suyo.

IV

- ¡Cabrones! No se lo acaben todo, conviden o qué no somos amigos, cuestionaba el mariguano.
Los compas en medio de una gran algarabía bebían a cántaros, sus rostros se distorsionaban tras las figuras perfectísimas del cigarro de mariguana. Después de un rato de meditación profunda cada cual agarró el rumbo que su instinto le indicó.
Así lo hizo nuestro drogo-amigo y ya nunca se volvió a escuchar de su boca el afectuoso saludo que angustiaba a todos los ¡hijos de su pinche madre!
Mariguano por convicción y censurado por tradición. Su nombre no lo recuerdo o tal vez nunca lo supe, lo poco que se sabe es que era miembro destacado del “escuadrón de la muerte”.