A menudo lloro la imagen de tus ojos,
la historia de los que vienen atrás
de aquellos que te conocen entre las líneas disformes de todos mis miedos.
Guardo el recuerdo en el cajón de la ausencia
jaula melancólica de pájaros en flor.
La ciudad empieza a derrumbarse
pedazo a pedazo, lágrima tras miedo.
El soliloquio de unos cuantos
retumba entre los muros lacerados de la envidia.
Los ángeles cancerosos
buscan las alas empeñadas.
Arriba, sólo queda el rumor hueco de tu voz
las calles derraman su salitrosa humedad,
abren sus fauces como titanes sin hastío.
Los desposeídos de ayer, son los mismos de hoy,
todo gira en torno del compás arrítmico del recuerdo.
Las cenizas de los muertos recrean
las imágenes ocultas del miedo,
silencio absoluto,
meditabundo momento.
No queda nada después del cataclismo.
No existen ya las palabras.
No existe nada,
ni siquiera la sombra de tu cuerpo en mi cama.
Envilezco las cosas que nunca tuve.
Cabalgan uno a uno los apocalípticos presagios de la tristeza
vieja santa,
dulce ramera,
oración inacabada.
Dios está ocupado
jugando a ser Dios.
Debería...y sin embargo, no me atrevo.
Te hablo del cansancio frente a la ventana cerrada. Te hablo sin querer hacerlo, sin la incertidumbre de los amantes que los impulsa a volver.
Sólo soy un mortal como cualquier otro, sólo la melancolía redimida en los pasos del otro. La nulidad ensimismada del pensamiento, que vaga buscando lo que tiene al lado.
Refrendo en mis manos tu cuerpo, y sigo con la añoranza acogida en los besos
Por ahora sólo eso: la nada, el miedo, el suicidio en pleno fracaso.