La ciudad empieza a derrumbarse
pedazo a pedazo, lágrima tras miedo.
El soliloquio de unos cuantos
retumba entre los muros lacerados de la envidia.
Los ángeles cancerosos
buscan las alas empeñadas.
Arriba, sólo queda el rumor hueco de tu voz
las calles derraman su salitrosa humedad,
abren sus fauces como titanes sin hastío.
Los desposeídos de ayer, son los mismos de hoy,
todo gira en torno del compás arrítmico del recuerdo.
Las cenizas de los muertos recrean
las imágenes ocultas del miedo,
silencio absoluto,
meditabundo momento.
No queda nada después del cataclismo.
No existen ya las palabras.
No existe nada,
ni siquiera la sombra de tu cuerpo en mi cama.
Envilezco las cosas que nunca tuve.
Cabalgan uno a uno los apocalípticos presagios de la tristeza
vieja santa,
dulce ramera,
oración inacabada.
Dios está ocupado
jugando a ser Dios.
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